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FRANCISCO IGARTUA
HUELLAS DE UN DESTIERRO |
FRANCISCO IGARTUA – Huellas de un destierro – Editora
Santillana S.A – Edición 1998 - págs. 286 al 289.
¿Por qué hoy, pues, tanta insistencia en el retiro, la
jubilación, el cierre de Oiga, la tristeza del abandono de ciertas
amistades?... Porque así está hecha la vida, de barro ardiente. Pero nada de lo enumerado significa
rendición. En estas páginas no hay una línea pidiendo chepa y si guerra, guerra
total contra el abuso, el atropello, la injusticia. Y si yo he cambiado de
trinchera y me refugio ahora en la escritura, no es porque he variado en mis
adentros. Simplemente ocurrió que me fue imposible seguir teniendo abiertas las
puertas de Oiga. Me lo imposibilitó la represión taimada del régimen de los 90,
una represión sesgada que deja la protesta en el vacío y amenaza con la cárcel
por defraudación tributaria. He aquí esa penosa historia:
A fines de 1993 todos los periódicos, radios y televisoras
–con excepción de El Comercio, Gestión y Canal 5— estaban quebrados. Se les
habían acumulado millonarias deudas con la Sunat que crecían a velocidad
geométrica por las moras y las multas. En teoría, el cierre de todos los medios
de expresión –salvo las excepciones señaladas— era inminente… Dentro de esta
situación Oiga se hallaba en una posición especial. Hasta hacia pocos meses
había estado entre las excepciones, pues sus continuos desencuentros con
distintos gobiernos obligaban a su administración a estar al día en los tributos,
pieza clave para ajustes de cuenta con el Estado... Pero de pronto se había
colocado en la disyuntiva de pagar la planilla de empleados o el impuesto del
18% a la venta de periódicos, impuesto abusivo que no existe en ningún país que
respete la cultura… La decisión había sido cubrir la planilla, ya que de lo
contrario no aparecía la revista…
Y de esa forma se inició también en Oiga el huaico de las
multas y las moras… Su deuda global en esos momentos era, sin embargo, una
insignificancia al lado del de las otras publicaciones, aunque de cifras
imposibles de cancelar para la debilitadísima economía de Oiga, castigada sin
piedad por el sabotaje publicitario del Estado y de los amigos del gobierno y,
además, descapitalizada por el esfuerzo que había hecho para estar al día en el
pago de tributos…
En tales
circunstancias, los directivos de la prensa acogotada por la Sunat, acuden
donde el señor Santiago Fujimori, quien, por intermedio del publicista Oscar
Dufour, era el hombre del régimen encargado de las relaciones con los medios de
difusión. Para ello y para otros menesteres, Santiago Fujimori dirigía a la
Sunat (todas las noches esta entidad le daba un informe detallado de sus
actividades). Pero a esa reunión no se invitó expresamente a Oiga. Fue el único
periódico con problemas excluido de este cónclave en el que se llegó al acuerdo
de que los medios cancelarían sus deudas con la Sunat colaborando con el
gobierno en un gigantesco programa educativo.
A la reunión para concretar este acuerdo, sí fui invitado,
porque al parecer no se quería que alguien de la oposición quedara excluido del
arreglo, para que nadie estuviera libre de paja para citarlo.
La citación la hizo el señor Alfredo Jalilie, el hombre de la
Caja del Ministerio de Economía y brazo derecho del poderoso ministro Jorge
Camet, y el encuentro se produjo en el Ministerio, presidido por Jalilie, con
el señor Carlos Orellana a su lado, como delegado de Palacio. También asistía
el señor Federico Prieto Celi, del Ministerio de Educación, periodista de larga
y limpia trayectoria que se encargaría de monitorear el famoso programa de
educación, cuyo objetivo era la impresión de millones de textos escolares y
cuadernos que se haría en los talleres de diarios y revistas, etcétera,
etcétera.
El acuerdo provisional acordado con el señor Santiago
Fujimori –personaje central del régimen sin ningún cargo oficial responsable
era un enorme disparate…
-El proyecto no tiene pies ni cabeza— comencé diciendo,
apenas se expuso la propuesta.
Prieto Celi, que había acudido con una serie de ayudantes y
una ruma de modelos para escoger, abrió desconcertado los ojos, yo continué:
-Sería un disparate imprimir textos escolares en papel
periódico y más todavía usar ese papel para cuadernos. La propaganda a favor
del gobierno le resultaría al revés, pues esos cuadernos no servirían para nada
y los libros se desbaratarían en un dos por tres.
.
-Se podrían hacer en bond.
-Si las rotativas usan el bond nacional destruirían sus
rodillos por el polvillo que suelta ese papel… Y si se usa bond importado la
lavada va a resultar más cara que la camisa; tanto por el precio de ese bond
como por los impuestos aduaneros y el IGV para el papel.
Cara de desolación en la sala. Prieto Celi se achicó detrás
de las rumas de sus modelos. También Orellana sintió inseguridad en el piso.
Alfredo Jalilie quedó imperturbable y me dedicó unas palabras de elogio.
Otros, más realistas, propusieron un arreglo publicitario.
Los medios pagarían sus deudas a la Sunat con avisaje estatal.
Mientras se producía el debate, yo, que soy lerdo para
expresarme verbalmente y porque se me podrían escapar algunos ajustados
exabruptos, me dediqué a poner por escrito mis puntos de vista contrarios por
completo al arreglo, ya que la solución no estaba en llegar a comprometidos
acuerdos con el gobierno sino liberar de ciertas cargas tributarias a la
cultura, como el 18% a las ventas, igual que en la mayoría, por no decir en
todos los países civilizados del mundo… Y cuando se agotó el debate decidiéndose
por el arreglo con avisaje, leí mi texto que luego publiqué como editorial.
-No se pueden hacer excepciones con el IGV –fue la respuesta.
-¿y por qué se exceptúa al juego de bolsa, a las aefepés y a
otras actividades puramente lucrativas?
-La prensa no es cultura. Lean El Mañanero –metió su cuchara
un funcionario, lector sin duda de basura amarilla.
-Si no leyera usted periódicos no tendría usted su geografía
ni su historia al día. Sería usted un analfabeto cultural. No cultivaría, si la
tiene, su educación cívica.
Sin embargo, más tarde, por presión de la administración de
Oiga, que se aferraba ilusamente a esperanzas imposibles, cedí y acepté el
“arreglo”, que era muy simple: el tesoro público, o sea Jalilie, extendía un
cheque por el monto de la deuda de cada empresa y ésta lo endosaba a la Sunat.
A cambio de tan simple “arreglo”, el responsable –en el caso de Oiga, yo—
aceptaba un pagaré con el gobierno, poniendo de garantía casa, autos, cuentas
corrientes, etcétera. Mientras que el Estado prometía –sin documento— publicar
avisos hasta cumplir con el monto del pagaré.
Y, como estaba previsto, los anuncios o avisos se fueron
publicando de acuerdo al capricho del régimen. Rápido y bien valoradas las
notas en los periódicos amigos y lenta y mal pagadas en los órganos de la
oposición radical.
-Podía haber sido nunca.
Por eso, apenas rescaté el comprometido pagaré, resolví
liquidar Oiga, lo que no resultó fácil. Más, mucho más complicado y difícil es
desbaratar que crear una empresa.
-¿Y la prensa que tenía en orden sus cuentas con la Sunat?...
Cuando se produjo el acuerdo protestó airado el Canal Cinco,
con un argumento válido: no era justo que se castigara a los cumplidos… Por lo
que fueron premiados los que estaban al día… Y a Oiga se la volvió a
discriminar. No se quiso hacer caso al alegato de que su situación era
especial, pues siempre habían estado en orden sus pagos al fisco, con lo que se
había descapitalizado, y siendo su retraso reciente… no podía ser tratada igual
que las que nunca pagaron y no se descapitalizaron…
Su alegato fue al tacho de basura.
Todo eso lo miro con frialdad y no me arrepiento ni me quejo…
La lucha por lo que yo creo es la verdad no cesa porque
imponderables decisiones del destino, por mano del poder político de turno, me
obligaron al cierre de las puertas de mi revista Oiga. Siempre quedará la
revista, lo escrito en ella, como el testimonio vital de mi compromiso conmigo
mismo y con mis deberes cívicos y mi bandera inabdicable de ayer y de mañana, de
siempre… Testimonio que continúa con mis libros y colaboraciones en la prensa…
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